Érase una pequeña

isla solitaria,
a la deriva en
un mar de
miel y rosas.

Y entonces,
- náufraga incauta -,
la visité.

La primera vez
probé la miel:
su sabor era dulzón
salvaje y áspero,
como la miel de las avispas.

La segunda vez
me dió a probar
de sus rosas
las espinas:
que fueron largas,
agudas e
innecesariamente
punzantes.

Y entonces
creí
que a sus playas
de suave arena ámbar
ya no regresaría.